Por Emilia Santos Frias
Identificar nuestra red de apoyo es importante para continuar viviendo una vida en armonía; organizada, junto a las personas adecuadas y oportunas en ella. Integrada por gente solidaria, real, colaboradora; que nos ama tal cual somos, no por lo que podamos ofrecerle, o porque saciamos sus aprietos o necesidades económicas, no por esa conveniencia, sino por razones afectivas legítimas.
Dar de forma voluntaria produce buenos resultados, dice la Biblia en 2 de Corintios 9:7, dice: “Que cada uno haga tal como lo ha resuelto en su corazón, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al dador alegre”. Sin dudas es así, pero en nuestro entorno, con quienes nos desenvolvemos y establecemos alianzas, debemos identificar y diferenciar si hay lobos y ovejas, aunque el disfraz sea igual, no es la misma especie. Hagámoslo para que nuestra red de sustentáculo sea verdadera.
De igual forma, diferenciar entre mansas palomitas y aves carroñeras, a estas debemos sacarlas de nuestro círculo. Es seguro que seremos más felices sin su presencia. ¡Que nuestra red de apoyo no esté compuesta por ellas! Ese armazón está conformado para que todos vivíamos en igualdad. Sabiendo que no estamos solos; que el auxilio es real y desprendido. Por tanto, no tenemos alimentos para los buitres.
Dentro y fuera de la familia podemos encontrar esa red de apoyo, siempre que sus integrantes muestran competencias y actitudes para formar parte de esta importante plataforma de vida. En nuestras amistades, asociaciones sin fines de lucro y en profesionales de la salud, también podemos establecerla.
Identificar a las y los integrantes de la red de apoyo es fácil, porque casi siempre son personas desprendidas, sin vicios de personalidad, solidarias, con valores universales; requisitos sine qua non, para ser parte de ella. Estas personas son quienes aportarán abrigo emocional, compañía social, consejos o sugerencias, y estarán en servicio cuando haya dolor, no solo presentes en alegría y abundancia.
Cuando somos parte de una red de apoyo, exhibimos solidaridad ante las necesidades ajenas, conscientes de que no somos jueces, ni verdugos, ni miembros distinguidos del Consejo de los Sabios de Grecia. No es nuestra subjetividad la que debe primar, sino el bienestar del prójimo. Por tanto, es nuestro deber, ponernos en los zapatos de los demás para ayudar oportunamente, sin invadir o lastimar su espíritu. Más bien brindándole serenidad.
Imaginemos que un integrante de nuestro reducido grupo de asistencia está enfermo, vive un duelo o está desempleado, en vez de abatirle con ideas que solo están en nuestra bola de cristal, seamos compasivos, y juntos ayudémosle a insertarse en la vida laboral. Pero, sin presión o queja; nadie quiere estar desempleado, sobre todo cuando se tienen compromisos que honrar. Calmemos nuestro aquelarre y escuchemos a los demás. ¡Es tiempo, es necesario!
En tiempo de crisis, es nuestro deber como parte de la red de apoyo, ser en un canal de información y de interacción con las personas que nos importan. Ser una fuente de sostén ante la soledad, enfermedad, angustia o abandono.
Accionar como parte de esta red, es admirable, porque podemos aportar a la eliminación de problemáticas como la marginación y exclusión social. Aportar al bienestar colectivo e individual. Y podemos hacerlo porque como dice Efesios 4:7, a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Amiga, amigo, se parte; identifica tu red de apoyo y vive esta vida abrazando la paz y la felicidad.
Hasta la próxima entrega.
La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.
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